La calculadora, de bolsillo o escritorio, en sus diversas formas y tamaños, fue durante casi cuatro siglos una herramienta imprescindible en cualquier oficina.
Los primeros dispositivos mecánicos que ayudaron a automatizar cálculos numéricos datan del siglo XVII. La Pascalina, creada en 1642 por Blaise Pascal, utilizaba ruedas y engranajes para realizar sumas y restas. En la misma época, Gottfried Leibniz desarrolló la Stepped Reckoner, una máquina capaz de realizar multiplicaciones, divisiones e incluso raíces cuadradas gracias a su innovador mecanismo de tambor escalonado. Aunque estos dispositivos no se popularizaron masivamente debido a su complejidad, sentaron las bases para las calculadoras modernas.
Fue a partir de la Revolución Industrial, en siglo XIX, que las calculadoras mecánicas y electrónicas se convirtieron en un accesorio clave para contables, ingenieros y administradores. Durante décadas, desde los 1960 hasta los 1990, estas máquinas permitían realizar cálculos rápidos y precisos, siendo insustituibles en trabajos que requerían manejo de grandes volúmenes de números.
Sin embargo, con la llegada de los computadores personales y, más tarde, de las plataformas integrales de gestión como #RUBRIKA, la calculadora física ha quedado obsoleta. Hoy, las funciones que antes requerían una calculadora separada se realizan automáticamente dentro de sistemas más avanzados que no solo realizan cálculos, sino que también integran la gestión y el análisis de datos. Así, las calculadoras de escritorio han sido relegadas al pasado, reflejando la evolución hacia herramientas digitales más completas y eficientes.