La pluma fuente, también conocida como pluma estilográfica, es un ícono de la escritura elegante y precisa. Su invención se remonta al siglo XIX, cuando Lewis Edison Waterman patentó el primer diseño funcional en 1884.

Waterman, aburrido de las manchas de tinta en sus documentos, creó un sistema de alimentación de tinta por capilaridad que evitaba derrames. Este invento revolucionó la escritura, especialmente en entornos profesionales donde la presentación es clave.

Durante décadas, la pluma fuente fue un símbolo de estatus en las oficinas. Marcas como Parker, Montblanc y Sheaffer compitieron por crear diseños cada vez más refinados. En los años 1950, por ejemplo, se vendieron millones de unidades en todo el mundo, convirtiéndose la pluma en un regalo corporativo popular. La Parker 51, lanzada en 1941, fue una de las más vendidas, con más de 20 millones de unidades comercializadas.

Sin embargo, su uso requería cuidado: desde recargar tinta hasta evitar manchas en los documentos. Además, su fragilidad la hacía propensa a daños, lo que generaba frustración entre sus usuarios. A pesar de estos desafíos, la pluma fuente se mantuvo como una herramienta esencial en las oficinas hasta finales del siglo XX.

Con la llegada de la digitalización, la pluma fuente ha perdido su lugar en las oficinas modernas. Hoy, la escritura manual ha sido reemplazada por teclados y pantallas táctiles y la firma de documentos se realiza de manera electrónica. Aunque sigue siendo apreciada por coleccionistas y entusiastas, su utilidad práctica ha quedado relegada al pasado, volviéndose una reliquia, ícono de una era en la que la escritura era un arte y la oficina un lugar lleno de papeles.

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